Las olas golpeaban con furia el casco del barco. Cada vez era más fuerte el crujir de la madera, que al ceder al ariete marino dejaba pasar algunas gotas al interior del mismo. El viento arrecia cada segundo, una fuerza tal que desgarra las velas y hace crujir al mástin principal, ante el horror de todos los tripulantes. Estoy junto a el señor Wittman, un caballero inglés a la vieja usanza, ya entrado en sus cincuentas. El viento había volado su sombrero por la borda unos momentos atrás, dejando ver su cabellera canosa, Un gesto de preocupación, superando por mucho el expresionismo de las máscaras de la comedia griega, sustituyó esa alegría cordial que emanaba su rostro desde el comienzo del viaje.
-Aférrese a algo señor Maupouvais- me dijo -aquí viene una ola difícil-.
El barco se sacudió con la furia del ese mar alebrestado. De nuevo el crujir de la madera, esta vez más fuerte, quizá será el último viaje del Lady Mariette, quizá sea nuestro último viaje también. Empapado hasta las rodillas, trato de cubrirme el rostro de la feroz lluvia. De repente, una luz blanca cubrió todo. Otro crujido, aún más fuerte que todos los anteriores, pero de otra naturaleza; rayos gigantes se abren paso por el cielo ennegrecido. Tras cada relámpago, ese poderoso rugido que les acompaña, pero con la suficiente pereza como para no coordinar.
-"aunque camine por cañedas oscuras, no temeré"- somos un pequeño grupo de pasajeros quienes estamos atrapados en cubierta, compañeros en desgracia. Quien reza en voz alta es el pastor Robinson, un misionero presbiterano venido desde la costa bostoniana, acompañado de un grupo aún más pequeño de pasajeros -por que tú estás conmigo- continuó, todos tomados de las manos aferrados con la pasión de quien tiene la vida pendiendo de un hilo, los ojos cerrados, como esperando una sabida condena, ante la fatalidad del veredicto -tu vara y tu callado me guían por el sendero justo, por el honor de tu nombre- me uno a ellos, tomo la mano de Mme. Lavaille, compañera y amiga de viaje desde que zarpamos de Nueva Orleans hace unos días.
-Ciertamente no es el tipo de emociones que esperaba de este viaje- le dije, con una sonrisa estúpida, apenas fue audible ante el estruendo de los rayos y el mar azotando el barco.
-Sólo usted se atreve a bromear en esta situación Monsieur- contestó, con una sonrisa solidaria que no lograba ocultar su preocupación.
-Siempre han criticado mi falta de tacto- dije casi gritando, sin esperar una respuesta, me quedó claro que nadie tiene el ánimo para charlar por el momento.